En estos últimos días he estado muy pensativa sobre las cosas de la vida. Con eso me pongo a pensar en que se acerca el aniversario de la muerte de mi padre y sin poder creer que han pasado 19 años. Diecinueve años desde que lo vi en un ataúd, una niña de 12 años de edad que no comprendía muy bien lo que estaba sucediendo y mucho menos en la forma en que mi vida se estaba transformando.
Cada año que pasa me pongo muy triste al pensar en todo lo que no llegué a compartir con él. Sabía a mi corta edad que no iba a ganarse ningún premio de mejor padre del año, pero tenía esperanza de que eso pudiera cambiar.
Todavía no puedo dejar de pensar en todas las cosas que han ocurrido en mi vida desde que tenía doce años y tanto que no fue compartido. No hubo oportunidad para que el me viera crecer, graduarme, casarme, tener un hijo y lo más importante, ver me feliz, sana y salva.
A menudo regreso a esa noche en que mi madre recibió la llamada telefónica de un oficial de policía. Él le informo que la bodega en que mi padre fue a comprar (los malditos) cigarrillos fue robado y como a el le dispararon varias veces. Recuerdo que se cayó de rodillas y comenzó a llorar - yo no podía ni siquiera empezar a imaginar por lo que ella estaba pasando o cómo ella le iba a dar la noticia a mi hermano mayor que estaba pasando el verano con familiares.
Soy firme creyente de que todo ocurre por una razón, pero no entiendo cómo una tragedia que le causa tanto dolor y trauma a un niño sería una cosa buena. Entiendo que la adversidad te hace más fuerte, pero no te hace inmune a la tragedia y aflicción.
Otro año viene y las emociones toman cargo, mis sentimientos expuestas y la conexión a un hombre que para una niña de 12 años apenas conocía, todavía son profundas.